miércoles, 28 de noviembre de 2007

Cinco discos que me gustaría comprarme

Es cierto que el señor eMule hace que nos compremos menos discos. Pero no es algo malo, porque aporta cierto grado de cultura que, sin esta posibilidad, no tendríamos. A ver si no cómo iba yo a conocerme la mitad de las discografías o filmografías que me he ventilado...

No obstante, hay que reconocer que existen excepciones; son casos que por su asombrosa calidad o porque nos sentimos horriblemente identificados con ellos (o ambos, como es mi caso) deberíamos habernos comprado hace siglos. He aquí, sin más dilación, mi lista:












1.
Jeff Buckley - Grace

No es tan conocido como me gustaría, pero este hombre ha sido de lo más influyente en la música actual. Grupos como Muse podrían considerarse deudores de su obra, que más bien se reduce a un único disco (se ahogó en un río, el pobre) el cual es simplemente espectacular. Aún cuando oigo la canción homónima o algunas otras como Dream Brother, Lover You Should've Come Over o Eternal Life me entran escalofríos. Porque te das cuenta de que hay gente que siente las cosas de la misma forma que tú.














2. Dream Theater - Six Degrees of Inner Turbulence

Por los fans, probablemente uno de los grandes bajones de la banda. Por mi parte, uno de los discos que me hizo descubrir el género, al grupo y con unas letras reflexivas como pocas.
Claro, hay de todo, y mientras que Misunderstood lo recordaré siempre como un "himno" personal, hay algunas otras mucho más osciales y comprometidas. Pero igualmente, este disco es parte de mi biografía. No sé cómo no lo tengo aún, la verdad.














3. The Perfect Element (part I) - Pain of Salvation

Más progresivo. The Perfect Element es una pieza ecléctica y llena de profundidad musical sin caer en la pretenciosidad ni en la pomposidad, pero ante todo es un retrato de las relaciones humanas y de nuestro egoísmo. Todos llevamos un King of Loss metido dentro; y, ¿quién no se ha sentido alguna vez como indica la canción Used? En fin, probablemente sea de los discos que más me he ventilado nunca sin pulsar la tecla pause durante la hora y pico que dura.














4.
Humanity, Hour I - Scorpions

Reconozco que paso bastante de los alemanes, que soy de esos que sólo han oido Still Loving You, Winds of Change y Rock you like a hurricane, pero algo hizo bajarme este último trabajo cuando salió, a mediados de mayo. Ahora, más de seis meses después, sigo oyéndolo como mínimo una vez a la semana, y no me canso. No sé si será porque la palabra love aparece en todas las canciones, porque mezcla potencia y buen gusto o simplemente porque lo relaciono con una de las épocas más felices que recuerdo en mucho tiempo. El caso es que este disco tiene que ser mío.














5. Hughes Turner Project

Si fuese tan desgraciado de babear como una niñata adolescente por un torso desnudo, mis fluidos estarían dirigidos, por muy gay que suene, a Glenn Hughes. Creo que hoy en día quedan pocos genios que aporten algo a la música como él, sin estancarse en un estilo, superándose a sí mismo y manteniendo toda la pasión y el nivel de hace, por lo menos, veinte años. Aquí se rodea de otro grande, Joe Lynn Turner, y nos deleitan con temas emotivos a más no poder. Personalmente hay otros proyectos suyos que he oido y me gustan más, pero este simplemente fue la introducción a su trabajo, y por eso guardo un especial recuerdo de él.

Reflexionando sobre esto, creo que ninguna persona que conozca sabría citar más de uno de estos discos. No sé si es triste o no, pero curioso me resulta cuanto menos.

lunes, 26 de noviembre de 2007

SICK

No eres más que basura; un producto inacabado, un despojo. No haces más que pavonearte de lo estúpida que es tu vida, sin luchar, subiéndote al podio de la superficialidad. No tienes más principio que la nada, el vacío más absoluto. No sabes vivir el futuro, mofándote de hasta tus propios sentimientos, sin pensar más allá de lo que tu nariz te indica.

Has muerto. No eres más que un cadáver.

Me asqueas, me repugnas, me desagradas, me disgustas, me fastidias, me repeles; me destruyes, me deshaces, me derribas, me arruinas, me arrasas, me arrollas, me desintegras, me pulverizas, me exterminas, me desmoronas; me disminuyes, me cansas, me agotas, me apagas, me rebajas, me gastas, me marchitas, me consumes.

Y sin embargo, aquí sigo, dándote calor.

lunes, 5 de noviembre de 2007

La guerra interior

Ya comenté, antes de dar por difunta a mi querida Autorretrato, que pretendía hacer un balance sobre lo que venía siendo mi situación actual. Hoy me ha dado tiempo de sobra para hacerlo, al menos en mi mente, ya que me he pasado el día en Madrid trabajando. Sí, ahora voy a ello.

Veréis: siempre que me ha ocurrido una desgracia, de cualquier tipo (ya sea caerme de la bici, un amor no correspondido, alguna crisis existencial de estas mías...), lo primero que he pensado es que hay personas más miserables que yo y en peor situación, lo cual debería hacerme bajar de la nube en la que me creo un patán, un inútil o una persona con mala suerte, entre otros. En cambio, hoy me he dado cuenta de que eso que pensaba tiene un nombre: autocompasión.

Parafraseando al Club de Lucha, nuestra guerra no es contra el hambre ni la miseria, es una guerra emocional. Vivimos en un entorno donde nada parece tener sentido y se nos bombardea constantemente con aquello que alguien cree que es tener una existencia plena. Si no seguimos las reglas, la sociedad nos compensa con una bonita patada en el culo. O me sigues o adiós.

Esto ya lo sabía, claro. El problema está en que si vivo rodeado de personas que no saben lo que quieren (o creen saberlo pero en realidad lo desconocen completamente) mis ganas de aportar algo a esas personas disminuyen completamente. No sé si me explico. Es algo así como querer comerte el mundo y darte cuenta de que no hay nada salvo un insípido plato de guisantes. La solución a esto aún no la tengo, sinceramente. ¿Intento aportar algo a los demás o simplemente me lo aporto a mí mismo? La vida es larga, ya veré.

Luego tenemos el plano práctico, lo que el resto ve. Os contaré a los cuatro que me leéis de los cuales tres ya se conocen mi historia lo que ocurrió. Yo, en mi infancia, quería ser "pogramador de juegus". Esto es producto de gastar mis tiernos cinco y seis (y más) años jugando a Final Fantasy y Zelda indiscriminadamente, pero por alguna extraña razón eso se quedó en mi mente como mi sueño de la infancia. Luego, fruto de mi indecisión y de mi vaguería a la hora de afrontar el asqueroso bachillerato de ciencias (sin ánimo de ofender, es una opinión personal) me pasé al de letras. Ahora quería ser filólogo inglés básicamente porque se me daba bien y había bastantes probabilidades de que me rascase el gaznate durante otros cinco años, lo cual siempre es de agradecer. Bueno, por eso y por una mujer. Sí, soy imbécil. Continuemos.

El caso es que todo el mundo me tiene colgadas dos etiquetas: friki y viciao. Hasta mis padres, aunque ellos me lo dicen de una forma mucho más sutil: "si es que a ti te gustan los videojuegos y la informática, no te gusta otra cosa". Claro, y me meto maratones de películas y tengo cerca de 100 GBs de música porque soy fan de Hideo Kojima, no te jode. Pero claro, la evidencia no puede ser mayor cuando te pasas el día delante de una pantalla. Así que después de pensarlo detenidamente y también sucumbiendo al deseo de la vaguería, no fui a selectividad y me metí a DAI o Desarrollo de Aplicaciones Informáticas. Para cumplir mi sueño, y eso.

Cual fue mi sorpresa que me vi rodeado de la más absoluta casta de lerdos que jamás haya visto ser alguno, que las asignaturas se daban a través de diapositivas con lo cual estar seis horas diarias leyendo se te hacía poco divertido y que la programación en sí era un tostón inconmensurable para el menda. En ese momento (febrero) me di cuenta de que algo fallaba. Y caí.

El problema estaba en que todos creían en que yo nací para ser informático excepto yo. Así que oculté la verdad haciéndome pasar por alumno sobresaliente entre familiares y amistades mientras por dentro me sentía la persona más miserable y desubicada del mundo (lo que decía arriba). Dicho trance duró, con sus altos y sus bajos, hasta este agosto, donde el milagro acaeció.

Durante el poco tiempo que estuve en un escenario me di cuenta de una cosa. No era el subidón de adrenalina de que centenares de personas te miren, ni la sensación de que estás haciendo algo bien. Vi que me sentía en mi lugar. Partiendo de esto, y gracias al empujón de mis compañeros de ese grupo que nunca llegaré a agradecerles lo suficiente, di el giro esperado. Selectividad y a por la carrera. Aspirar a profesor de música para moquetes está bien, pero yo no quiero quedarme ahí. Simplemente es un primer paso, un primer escalón. Después, ya vendrá lo que tenga venir, y sopesaré las opciones que tenga. Años tengo de sobra.

Por otro lado está el hecho de que por fin haya conseguido que me paguen por escribir sobre videojuegos. Es poco menos que un sueño hecho realidad (algunos ya sabéis que tengo cierto sentido crítico, y esto me permite sacarlo e intentar hacerlo coherente), pero creo que nadie se da cuenta de lo importante que es para mí. Es algo así como un "¡Muy bien, machote!" que me enerva. Por suerte ya he aprendido a vivir con ello. Ahora, si llego a algo desde aquí, cosa que espero y que por ello me estoy tirando los días de diario malviviendo (lo cual ya me vale por sí mismo), le diré un par de palabras a todos aquellos que no toman ni Internet ni los videojuegos en serio.

¿Qué haré? Tengo mucho que aprender, en el plano musical y de pseudo-escritor. He estado pensando en escribir relatos cortos para empezar en mi andadura como literato. Mientras tanto ya he definido, más o menos, la linea que seguirá este blog: intentaré mezclar un poco de mi vida, un poco de crítica mucho más leve y simpática de lo que solía y algo de cultura.

Y ahora, sigo escribiendo para ver si puedo dormir una hora o dos esta noche. ¿Quién dijo miedo?