lunes, 5 de noviembre de 2007

La guerra interior

Ya comenté, antes de dar por difunta a mi querida Autorretrato, que pretendía hacer un balance sobre lo que venía siendo mi situación actual. Hoy me ha dado tiempo de sobra para hacerlo, al menos en mi mente, ya que me he pasado el día en Madrid trabajando. Sí, ahora voy a ello.

Veréis: siempre que me ha ocurrido una desgracia, de cualquier tipo (ya sea caerme de la bici, un amor no correspondido, alguna crisis existencial de estas mías...), lo primero que he pensado es que hay personas más miserables que yo y en peor situación, lo cual debería hacerme bajar de la nube en la que me creo un patán, un inútil o una persona con mala suerte, entre otros. En cambio, hoy me he dado cuenta de que eso que pensaba tiene un nombre: autocompasión.

Parafraseando al Club de Lucha, nuestra guerra no es contra el hambre ni la miseria, es una guerra emocional. Vivimos en un entorno donde nada parece tener sentido y se nos bombardea constantemente con aquello que alguien cree que es tener una existencia plena. Si no seguimos las reglas, la sociedad nos compensa con una bonita patada en el culo. O me sigues o adiós.

Esto ya lo sabía, claro. El problema está en que si vivo rodeado de personas que no saben lo que quieren (o creen saberlo pero en realidad lo desconocen completamente) mis ganas de aportar algo a esas personas disminuyen completamente. No sé si me explico. Es algo así como querer comerte el mundo y darte cuenta de que no hay nada salvo un insípido plato de guisantes. La solución a esto aún no la tengo, sinceramente. ¿Intento aportar algo a los demás o simplemente me lo aporto a mí mismo? La vida es larga, ya veré.

Luego tenemos el plano práctico, lo que el resto ve. Os contaré a los cuatro que me leéis de los cuales tres ya se conocen mi historia lo que ocurrió. Yo, en mi infancia, quería ser "pogramador de juegus". Esto es producto de gastar mis tiernos cinco y seis (y más) años jugando a Final Fantasy y Zelda indiscriminadamente, pero por alguna extraña razón eso se quedó en mi mente como mi sueño de la infancia. Luego, fruto de mi indecisión y de mi vaguería a la hora de afrontar el asqueroso bachillerato de ciencias (sin ánimo de ofender, es una opinión personal) me pasé al de letras. Ahora quería ser filólogo inglés básicamente porque se me daba bien y había bastantes probabilidades de que me rascase el gaznate durante otros cinco años, lo cual siempre es de agradecer. Bueno, por eso y por una mujer. Sí, soy imbécil. Continuemos.

El caso es que todo el mundo me tiene colgadas dos etiquetas: friki y viciao. Hasta mis padres, aunque ellos me lo dicen de una forma mucho más sutil: "si es que a ti te gustan los videojuegos y la informática, no te gusta otra cosa". Claro, y me meto maratones de películas y tengo cerca de 100 GBs de música porque soy fan de Hideo Kojima, no te jode. Pero claro, la evidencia no puede ser mayor cuando te pasas el día delante de una pantalla. Así que después de pensarlo detenidamente y también sucumbiendo al deseo de la vaguería, no fui a selectividad y me metí a DAI o Desarrollo de Aplicaciones Informáticas. Para cumplir mi sueño, y eso.

Cual fue mi sorpresa que me vi rodeado de la más absoluta casta de lerdos que jamás haya visto ser alguno, que las asignaturas se daban a través de diapositivas con lo cual estar seis horas diarias leyendo se te hacía poco divertido y que la programación en sí era un tostón inconmensurable para el menda. En ese momento (febrero) me di cuenta de que algo fallaba. Y caí.

El problema estaba en que todos creían en que yo nací para ser informático excepto yo. Así que oculté la verdad haciéndome pasar por alumno sobresaliente entre familiares y amistades mientras por dentro me sentía la persona más miserable y desubicada del mundo (lo que decía arriba). Dicho trance duró, con sus altos y sus bajos, hasta este agosto, donde el milagro acaeció.

Durante el poco tiempo que estuve en un escenario me di cuenta de una cosa. No era el subidón de adrenalina de que centenares de personas te miren, ni la sensación de que estás haciendo algo bien. Vi que me sentía en mi lugar. Partiendo de esto, y gracias al empujón de mis compañeros de ese grupo que nunca llegaré a agradecerles lo suficiente, di el giro esperado. Selectividad y a por la carrera. Aspirar a profesor de música para moquetes está bien, pero yo no quiero quedarme ahí. Simplemente es un primer paso, un primer escalón. Después, ya vendrá lo que tenga venir, y sopesaré las opciones que tenga. Años tengo de sobra.

Por otro lado está el hecho de que por fin haya conseguido que me paguen por escribir sobre videojuegos. Es poco menos que un sueño hecho realidad (algunos ya sabéis que tengo cierto sentido crítico, y esto me permite sacarlo e intentar hacerlo coherente), pero creo que nadie se da cuenta de lo importante que es para mí. Es algo así como un "¡Muy bien, machote!" que me enerva. Por suerte ya he aprendido a vivir con ello. Ahora, si llego a algo desde aquí, cosa que espero y que por ello me estoy tirando los días de diario malviviendo (lo cual ya me vale por sí mismo), le diré un par de palabras a todos aquellos que no toman ni Internet ni los videojuegos en serio.

¿Qué haré? Tengo mucho que aprender, en el plano musical y de pseudo-escritor. He estado pensando en escribir relatos cortos para empezar en mi andadura como literato. Mientras tanto ya he definido, más o menos, la linea que seguirá este blog: intentaré mezclar un poco de mi vida, un poco de crítica mucho más leve y simpática de lo que solía y algo de cultura.

Y ahora, sigo escribiendo para ver si puedo dormir una hora o dos esta noche. ¿Quién dijo miedo?

2 comentarios:

Victoria dijo...

Lo primero, felicidades. Me alegro un montón de que hayas dado el primer paso y hayas pisado en firme.

Lo segundo, esto que has escrito "oculté la verdad haciéndome pasar por alumno sobresaliente entre familiares y amistades mientras por dentro me sentía la persona más miserable y desubicada del mundo" expresa a la perfección lo que llevo sintiendo desde hace meses.

Siempre he tenido la sensación de que sigo un camino marcado por otros, de que solamente hago lo que hago porque es lo que esperan de mí. Hay momentos en los que me asalta la duda de si realmente hago lo que quiero hacer, porque no sé si de verdad es esto lo que me gusta. A veces siento que sí, pero otras... Creo que pierdo el tiempo. Es un estado de confusión un poco angustiante.

Por eso me alegra que ya tengas tan claro lo que quieres.

Ánimo, y publica los relatos que escribas, hombre, que se te da muy bien ;-)

Unknown dijo...

Me abuuurrooooo (en referencia a la espera por una nueva actualización)